30 de septiembre de 2008

XXVII DOMINGO ORDINARIO

Evangelio según San Mateo 21,33-43. Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: 'Respetarán a mi hijo'. Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?". Le respondieron: "Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo". Jesús agregó: "¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos".

"LA VIÑA DEL SEÑOR". Hoy nos encontramos con la parábola de los viñadores asesinos (Mt.21,33-46). Por medio de ella, Jesús denuncia el clima hostil en su contra, provocado por los sacerdotes y fariseos que planificaban matarlo. El relato se hilvana a partir de un hombre que decide plantar una viña, cuidándola con todo esmero. Cultivar una viña exige un cuidado especial, permanente y casi exclusivo. Por lo mismo quien cuida una viña con esmero, espera un resultado proporcional a sus sacrificios respecto a los frutos a obtener. Jesús toma este trabajo como un símbolo de lo que es la comunidad cristiana y el Reino de Dios. Por la misma razón, antes de Jesús, los profetas compararon al pueblo de Dios con una viña y a Dios con el dueño de una viña. Con el mismo esmero con que trata un viñador a su viña, así también trata Dios a su pueblo, esperando recoger en capacidad de amor y fidelidad los frutos de su cuidado. Hoy día la viña somos nosotros, y nuestro dueño es el Señor que nos trata con todo el esmero y el cariño necesario para que produzcamos frutos de alegría, justicia, perdón, y amor. El sentido de nuestra vida es trabajar para producir y cuidar estos frutos de modo que ellos alimenten la capacidad de amar y ser justos con todos. Desde esta perspectiva, la imagen de la viña es una imagen simbólica de la vida de todo grupo humano y puede aplicarse en sentido amplio a toda sociedad que se plantea la vida en clave de amor, servicio y solidaridad. Se trata de la vida vivida en clave de don y de entrega. Siendo nuestra vida como una viña con capacidad de dar buen fruto, es oportuno a la luz de esta parábola del Señor, revisar las motivaciones y la calidad de nuestra convivencia en la viña que es mi familia, en la viña que es nuestro país. ¿Con qué intenciones trabajo? ¿Para quién trabajo?. Si lo hago solo para mí y sólo para tener más dinero, a lo mejor sacrifico la vida de quienes están en mi entorno social y familiar y me estoy pareciendo a esos viñadores de la parábola que buscaban quedarse con la herencia material, aunque fuera a costa de la vida de otros trabajadores y hasta del hijo del propietario de la viña. De este modo no sólo deterioramos la vida humana, sino que también nos alejamos de la vida en Dios. El fruto del trabajo en familia y en sociedad nos pertenece a todos. De ahí la importancia del respeto por el bien común. Este es el rostro de esa dimensión trascendente en todo grupo humano, a través del cual quienes somos cristianos podemos descubrir a Dios, el dueño de la viña que es nuestra vida. Fr. Miguel Angel Ríos op.