7 de noviembre de 2008

XXXII DOMINGO ORDINARIO

Evangelio según San Juan 2,13-22. Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
LIMPIAR LA CASA Y CENTRAR EL CORAZÓN La actual crisis en el ámbito ecológico, ha hecho poco a poco, que todos tomemos conciencia de lo importante que es cuidar el medio ambiente y la vida en todas sus formas. En el campo de la política internacional, el resultado de las recientes elecciones en el país más poderoso de este mundo, han abierto una perspectiva de esperanza respecto a una forma más humana y justa de ejercer el poder, para que sea realmente un servicio a la vida humana y a la unidad de la sociedad integrada por todas las naciones de la tierra. Pareciera que el corazón de la humanidad, en medio de tantas contradicciones y desorientaciones, da signos de querer enmendar rumbos. Desde la perspectiva de la fe cristiana, el inicio del mes de María nos recuerda, mirando el ejemplo de la madre de Jesucristo, que nuestro corazón se renueva verdaderamente y enmienda rumbos, cuando se abre diciendo si a la vida y al amor, en su dimensión humana como tarea a realizar, y en su dimensión divina como regalo que acogemos, escuchando la voz del Señor en nuestro interior. En la época de Jesús, también el corazón de la sociedad en la que él vivió se encontraba desorientado, sumido en ambiciones y abusos de poder, con instituciones que funcionaban mal y que habían perdido su sentido por estar corruptas. Uno de los signos más evidentes de esta crisis era la situación del templo de Jerusalén, que debiendo ser el signo de la presencia de Dios en el corazón de su pueblo, había sido convertido en un mercado y lugar de negocios fraudulentos. También en esa época hubo gente conciente que luchó por una sociedad más justa y honesta y por eso Jesús, realizando un gesto profético, expulsó del templo a los mercaderes recordándoles que ese lugar era la casa de su Padre Dios. Este episodio relatado en el evangelio de hoy (Jn. 2, 13-22), alcanza toda su profundidad cuando Jesús, hablando de reconstruir el templo en tres días, se refiere a su Resurrección y al santuario que es su cuerpo. Bajo la luz de la Resurrección del Señor y su presencia en el Espíritu Santo, el nuevo templo en el que él habita es la comunidad convocada por su palabra y la persona de cada una y cada uno de los que componen la comunidad que escucha y vive su Palabra. El mensaje del evangelio de hoy, nos invita a reorientar nuestra vida y a renovarla personal, comunitaria y socialmente, no solo modificando o variando aspectos superficiales, sino renovándonos y reorientándonos en lo sustancial del sentido de nuestra existencia, que tiene que ver con ordenar nuestra “casa” comenzando por sacar de nuestro corazón todo lo que nos impide centrarnos en el amor, el servicio, la justicia, la verdad y la paz. Fr. Miguel Angel Ríos op.