14 de agosto de 2008

XIX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

Evangelio según San Mateo 14, 22-33.
En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".
LA TEMPESTAD CALMADA
Después de sanar enfermos y dar de comer a más de cinco mil personas, Jesús manda a sus discípulos que se embarquen y atraviesen el lago a la otra orilla. Mientras tanto él, una vez a solas, se va a una montaña para orar. El Señor se las arregla para no dejar sin atención a quienes lo necesitan, pero tampoco descuida sus necesidades personales, como por ejemplo la necesidad de oración. Y estando en diálogo íntimo con Dios Padre, nuevamente otra necesidad lo hace ir hacia quienes están en apuros. Esta vez se trata de sus discípulos, asustados porque una tempestad desatada en el lago de Galilea, hace difícil la navegación con el viento en contra. Este es el episodio que nos relata el evangelio de hoy (Mt.14,22-33). El relato se desarrolla precisando que Jesús acudió en ayuda de sus discípulos y al momento de aparecérseles, ellos se asustaron al confundirlo con un fantasma, el miedo les impide ver la realidad objetivamente. Pedro para comprobar que el aparecido es realmente el Señor, le pide poder para avanzar hacia él caminando sobre las aguas del lago. Jesús entonces le manda bajar de la barca y avanzar hacia él. Debido a sus dudas, Pedro comienza a hundirse y al pedir auxilio, Jesús lo rescata, increpándolo por su poca fe y preguntándole por qué dudó. El relato termina diciendo que después que Jesús y Pedro subieron a la barca el temporal amainó y todos los discípulos se postraron ante el Señor, reconociéndolo como Hijo de Dios.
La barca en medio de la tempestad del lago, es el símbolo de lo que es nuestra vida tanto en su dimensión comunitaria eclesial, como en la dimensión comunitaria familiar y social. Así como le sucedió al grupo de los discípulos de Jesús, a nosotros también nos toca a veces navegar en medio de dificultades y tempestades de todo tipo. El ejemplo del Señor es iluminador para nosotros, desde el momento en que entre tempestad y tempestad, sabe aprovechar los espacios de tiempo, para orar y meditar, encontrando en Dios Padre la fuente de su fe, esperanza y amor, para salir adelante en todas las dificultades. Es bueno que nos preguntemos a este respecto cómo manejamos nosotros los espacios de tiempo en calma que transcurren entre “tempestad y tempestad” en nuestra vida.
Este episodio nos transmite también esperanza, al mostrarnos que el Señor puede calmar todas nuestras tempestades. Igual como en el caso de los discípulos, el poder del amor de Jesús puede transformar el sentido de nuestros sufrimientos, convirtiéndolos en situaciones que nos lleven a profundizar la certeza de fe que nos dice que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios y nuestro Salvador. Con Él a bordo de nuestra vida, el desafío es profundizar y acrecentar nuestra fe, para no hundirnos en los problemas, sino por el contrario asumirlos, solucionarlos o neutralizarlos, sin perder el rumbo del itinerario de viaje, ni la capacidad de mirar nuestra realidad en forma objetiva.
Fr. Miguel Angel Ríos op.

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