21 de septiembre de 2008

XXIII DOMINGO ORDINARIO

LA PEDAGOGÍA DEL PERDÓN.
La mayor prueba de amor que dos personas, una familia, una comunidad o un grupo social viven, es la del perdón, cuando las relaciones humanas se ven sometidas al daño de la violencia, la mentira, la infidelidad, el rencor y la desconfianza. Cuando se producen situaciones de este tipo, el amor se resiente, se daña, pero no se acaba. En esas circunstancias, el amor adquiere la forma del perdón hacia la persona que ha provocado un daño; también por parte del agresor, a veces se toma la iniciativa de pedir perdón, pero eso no es así siempre. Aquí es donde el perdón requiere toda una pedagogía, como la que Jesús propone en el evangelio de hoy (Mt.18,15-20). El Señor aconseja tres pasos en el proceso de solución de un conflicto de convivencia comunitario. Primero, se trata de motivar al hermano/a, para que cambie de actitud, haciendo esto en forma personal y privada, para no dejarlo mal frente a los demás, de modo que no se dañe su dignidad como persona. Si esta instancia no da resultado, entonces es necesario hacerle ver su mala conducta en presencia de dos testigos. Si esta instancia tampoco da buen resultado, entonces el paso siguiente es someter el caso al juicio de la comunidad. Si en esta última instancia la persona se niega a reconciliarse, entonces ya no es digno de ser considerado como miembro de la comunidad. Siendo urgente en nuestra sociedad actual cuidar la paz, es también urgente cultivar actitudes de respeto y discreción en medio de conflictos de relaciones humanas, de modo que no dañemos la dignidad de nadie, sino por el contrario, dejemos siempre una puerta abierta, para reencontrarnos como amigos, hermanos y miembros de una misma sociedad. Resulta de gran actualidad el mensaje de Jesús a este respecto y su pedagogía del perdón, cuando en la actualidad vamos poco a poco perdiendo cada vez más el sentido del respeto por la intimidad y la dignidad de las personas, hasta llegar al punto en que nos encontramos con síntomas que hacen pensar que hemos perdido el criterio que nos permite discernir el ámbito público y el íntimo. No se trata de ocultar la verdad, sino de darla a conocer cuidando no denigrar ni humillar a nadie. Fr. Miguel Angel Ríos op.

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